En su sala, sin interrupciones Dijo que estaba solo en casa, y no me tomó ni un minuto aceptar la invitación. Apenas cerró la puerta, me atrapó por la cintura y me besó con fuerza. Me llevó hasta el sofá, sin soltarme. Sus manos ya sabían a dónde ir, levantando mi ropa con decisión. Me tumbó, y su cuerpo se acomodó sobre el mío, firme, cálido, hambriento. No había nadie que interrumpiera, solo él y yo, perdiéndonos entre cojines, gemidos ahogados y un deseo que explotaba sin medida.
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Sabanas calientes y sin prisa La lluvia caía afuera, pero adentro solo se oía su respiración rozando mi oído. Me besó lento, sin apuro, como si tuviera todo el tiempo del mundo para recorrerme. Sus dedos deslizaban mi ropa mientras sus labios bajaban por mi pecho. Me giró despacio, su cuerpo encajó con el mío como si fuéramos hechos para ese momento. Nos movíamos al ritmo de nuestros suspiros, entre sábanas desordenadas y piel ardiente. Esa tarde no existía el reloj, solo el deseo lento… y delicioso.
Una visita que termino en fuego Solo fui a devolverle algo, no planeaba quedarme. Pero cuando abrió la puerta, su mirada me atrapó. Cerró sin hablar, me empujó suavemente contra la pared y comenzó a besarme con una urgencia que me derretía. Sus manos bajaban por mi cintura mientras sus labios recorrían mi cuello. Me alzó y me llevó a su cama, entre caricias rápidas y respiraciones calientes. No hubo palabras, solo el lenguaje de nuestros cuerpos, que esa tarde dijeron todo.
Miradas que encendieron todo Nos quedamos solos en esa sala silenciosa, sin plan, sin prisa. Él me miró como si ya supiera lo que yo estaba pensando. Me acercó de golpe, sus labios encontraron los míos, y sus manos bajaron directo por mi espalda. Me sentó sobre la mesa, sus caricias eran desesperadas, su cuerpo ya ardía contra el mío. Me abracé a su cuello, sintiendo cómo el ritmo aumentaba. Ahí, entre paredes vacías y respiraciones agitadas, perdimos el control y nos dejamos llevar sin pensar en el después.
Una tarde llena de tentacion Esa tarde fuimos a su casa con la excusa de repasar unos apuntes. Apenas cerró la puerta, me atrajo hacia él sin hablar. Me besó como si lo hubiera esperado todo el día. Me llevó a su cuarto, y mientras mis dedos jugaban con su camiseta, sus manos ya se deslizaban por mi espalda. Me acostó despacio, su mirada fija en la mía. Su boca bajaba, su lengua encendía cada rincón. Mi cuerpo reaccionaba solo, temblando por cada roce, cada movimiento. Esa tarde no hubo estudio… solo suspiros, piel caliente y deseo liberado sin pausa.
En el auto, despues del trabaj Subimos al auto sin decir mucho, pero la tensión se podía cortar. Él cerró la puerta, encendió la música suave y se inclinó hacia mí. Sus labios rozaron los míos, y sus manos no tardaron en subir por debajo de mi falda. Me empujó suavemente hacia el asiento trasero, y yo me dejé llevar. Me acostó despacio, su cuerpo sobre el mío, sus movimientos eran lentos pero firmes. El vidrio se empañó rápido, el aire olía a deseo, y los gemidos ahogados se mezclaban con el ritmo de su respiración. Nadie nos vio, pero esa tarde ardimos hasta quedar exhaustos.
En el pasillo tras la ultima clase Todos ya se habían ido. El pasillo estaba vacío y silencioso, pero él me esperaba recargado en la pared, con esa mirada que me desarma. Me acerqué sin decir nada. Me tomó de la cintura, me giró con fuerza y mi espalda chocó suavemente contra los casilleros. Su boca buscó la mía con hambre, y sus manos bajaron directo, levantando mi falda sin pedir permiso. Sentí su cuerpo firme pegado al mío, y el roce nos arrancó un gemido que tuve que morderme para callar. Ahí, contra la pared del instituto, nos dejamos llevar por ese deseo que no podíamos esconder más.
En su cama Entramos riendo, pero apenas cerró la puerta, su mirada cambió. Me empujó contra la pared, su boca en mi cuello, sus manos bajando por mi espalda hasta levantar mi falda sin preguntar. Me llevó a su cama sin decir palabra, me tumbó y se colocó encima. Su respiración era agitada, la mía también. Mis piernas lo rodearon y lo sentí duro, firme, desesperado. Ya no había estudio ni libros. Solo piel, sudor y gemidos contenidos entre sábanas desordenadas.